Cuento de los calcetines de San Nicolás para niños.
Hazan, Sila y Nor eran
tres niñas turcas muy pobres, que vivían junto a su padre en una humilde casa.
El padre estaba muy triste, porque sus hijas crecían y él se daba cuenta de que
no iba a tener dinero suficiente para pagar una dote el día que quisieran
casarse, ya que era típico en Turquía pagar una dote por cada hija casadera.
Las chicas
eran tan pobres, que no tenían calzado, y en invierno, tenían que andar por
la nieve con unos simples calcetines. Pasaron los años y las niñas se
convirtieron en unas adorables jovencitas.
La noche del 24 de diciembre,
llegaron de la calle y se quitaron los calcetines empapados. Los pusieron a
secar junto a la chimenea. Las hermanas, empezaron a llorar. Su padre les
preguntó qué les pasaba, y la mayor contestó:
- Me he enamorado de
un soldado, papá, pero no me puedo casar porque no tengo dote.
- Yo me enamoré de un
maestro- dijo la mediana- pero no podré casarme por falta de dinero.
- Y yo... -continuó la más pequeña- me enamoré de un músico, pero al no tener dote, no puedo hacer
nada.
El padre bajó la cabeza muy triste, y todos se fueron a dormir.
Lo que no sabían es que Nicolás, un obispo bondadoso que vivía en su mismo pueblo, había
escuchado todo desde el otro lado de la ventana. Conmovido, se le ocurrió que
podía ayudar. Esa noche, Nicolás se puso su capa y su gorro rojos y entró en la
casa de las muchachas por la chimenea. Dejó un saco con dinero en cada calcetín
de las chicas.
A la mañana siguiente, las muchachas se encontraron el dinero, y
locas de alegría, corrieron a buscar a sus parejas. Ese mismo día, las tres
muchachas se casaron, radiantes de felicidad.
Nicolás, al ver la alegría que había ocasionado ese pequeño
gesto, decidió que todos los años, cada 24 de
diciembre, dejaría regalos a todas las personas que pudiera.
Con los años se hizo famoso, pero como nadie sabía quién era en realidad,
comenzaron a llamarlo, Santa Claus.
Un cuento de Santa Claus sobre la importancia
de la amistad
Julio estaba tan enfadado por los pocos regalos que había
recibido la Navidad
anterior, que la carta que escribió a Papá Noel aquel año resultó tan dura que el
mismo Santa Claus fue a visitarlo unos días antes.
- ¿Por
qué tanto enfado y tantos regalos? - preguntó Papá Noel- ¡Pero si tienes un
montón de amigos!
- ¡Me da igual! Quiero
más juguetes y menos amigos.
Y tan molesto estaba
que el bueno de Santa Claus tuvo que proponerle un trato:
- Está bien. Como muchos otros niños me han pedido tener más amigos, te daré un regalo más por cada amigo al que
renuncies para que se lo pueda ofrecer a otros niños.
- ¡Hecho! - dijo el
niño sin dudar.. - Además, puedes quedártelos todos.
Aquella Navidad Julio se encontró con una enorme montaña de regalos.
Tantos, que dos días después aún seguía abriéndolos. El niño estaba feliz,
gritaba a los vientos lo mucho que quería a Santa Claus, y hasta le escribió
varias cartas de agradecimiento.
Luego comenzó a jugar
con sus regalos. Eran tan alucinantes que no pudo esperar a salir a la calle
para mostrárselos a los demás niños.
Pero, una vez en la
calle, ninguno de los niños mostró interés por aquellos juguetes. Y tampoco por
el propio Julio. Ni siquiera cuando este les ofreció probar los mejores y más
modernos aparatos.
- Vaya- pensó el niño
- supongo que me he quedado sin amigos. Bueno, qué más da, sigo teniendo mis
juguetes.
Y Julio volvió a su casa. Durante algunas semanas disfrutó de un
juguete nuevo cada día, y la emoción que sentía al estrenar un juguete todas
las mañanas le hizo olvidar su falta de amigos. Pero no había pasado ni un mes
cuando sus juguetes comenzaron a resultarle
aburridos. Siempre hacían lo mismo, y la única forma de cambiar los
juegos era inventándose nuevos mundos y aventuras, como hacía habitualmente con
sus amigos. Sin embargo, hacerlo solo no tenía mucha gracia.
Entonces empezó a echar de menos a sus amigos. Se daba cuenta de
que cuando estaba con sus amigos, siempre se les ocurrían nuevas ideas y formas
de adaptar sus juegos ¡Por eso podían jugar con un mismo juguete durante
semanas! Y tanto lo pensó, que finalmente llegó a estar convencido de que sus
amigos eran mucho mejores que cualquier juguete ¡Pero si llevaba años jugando con sus amigos y nunca se había aburrido de ellos!
Y tras un año de
mortal aburrimiento, al llegar la
Navidad redactó para Papá Noel una humilde carta en la que
pedía perdón por haber sido tan torpe de cambiar sus mejores regalos por unos
aburridos juguetes, y suplicaba recuperar todos sus antiguos amigos.
Y desde entonces, no
deseó por Navidad otra cosa que tener muchos amigos y poder compartir con ellos
momentos de juegos y alegrías, aunque fuera junto a los viejos juguetes de
siempre...
Cuento para que los niños valoren los regalos.
Por su parte, los
arbolitos se emocionaban mucho al ver a los niños y decididos a ser el elegido,
les gritaban:¡A mí... a mí... mírame a mí¡ Cada vez que entraba un niño a la
tienda era igual, los arbolitos comenzaban a esforzarse por llamar la atención
y lograr ser escogidos.
¡A mí que soy
grande!... ¡no, no a mí que soy gordito!... o ¡a mí que soy de chocolate!... o
¡a mí que puedo hablar!. Se oía en toda la tienda. Pasando los días, la tienda
se fue quedando sin arbolitos y sólo se escuchaba la voz de un arbolito que
decía: A mí, a mí... que soy el más chiquito.
A la tienda
llegó, casi en vísperas de Navidad, una pareja muy elegante que quería comprar
un arbolito.
El dueño de la tienda les informó que el único árbol
de Navidad que le
quedaba era uno muy pequeñito. Sin importarles el tamaño, la pareja decidió
llevárselo.
El arbolito pequeño se
alegró mucho pues, al fin, alguien lo iba a poder decorar para Navidad y podría
participar en el concurso.
Al llegar a la casa
donde vivía la pareja, el arbolito se sorprendió: ¿Cómo siendo tan pequeño,
podré lucir ante tanta belleza y majestuosidad?
Una vez que la pareja
entra a la casa, comenzaron a llamar a la hija: ¡Regina!... ven... ¡hija!... te
tenemos una sorpresa. El arbolito escuchó unas rápidas pisadas provenientes del
piso de arriba.
Su corazoncito empezó
a latir con fuerza. Estaba dichoso de poder hacer feliz a una linda niñita.
Al bajar la niña, el
pequeño arbolito, se impresionó de la reacción de ésta: - ¡Esto es mi
arbolito!... Yo quería un árbol grande, frondoso, enorme hasta el cielo para
decorarlo con miles de luces y esferas. ¿Cómo voy a ganar el concurso con este
arbolito enano? Dijo la niña entre llantos.
- Regina, era el único
arbolito que quedaba en la tienda, le explicó su padre.
- ¡No lo quiero!...es
horrendo... ¡no lo quiero!, gritaba furiosa la niña.
Los padres,
desilusionados, tomaron al pequeño arbolito y lo llevaron de regreso a la
tienda. El arbolito estaba triste porque la niña no lo había querido pero tenía
la esperanza de que alguien vendría a por él y podrían decorarlo a tiempo para la Navidad. Unas horas
más tarde, se escuchó que abrían la puerta de la tienda.
¡A mí... a mí... que soy el más chiquito. Gritaba el arbolito
lleno de felicidad. Era
una pareja robusta, de grandes cachetes colorados y manos enormes. El señor de
la tienda les informó que el único árbol que le quedaba era aquel pequeñito de
la ventana. La pareja tomó al arbolito y sin darle importancia a lo del tamaño,
se marchó con él.
Cuando llegaron a
casa, el arbolito vio como salían a su encuentro dos niños gordos que gritaban:
¿Lo encontraste papi?... ¿Es cómo te lo pedimos mami? Al bajar los padres del
coche, los niños se le fueron encima al pequeño arbolito.
¿Y que pasó después?
Acaben la historia. Consulten a la familia...
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